miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo V

Ródanat 121D-B243-2-4PY

Árgolat nunca había visto un nivelante tan de cerca. Los Basarem eran la rama militar de los nivelantes por lo que aquellos que le habían capturado no eran verdaderos nivelantes. Había vistos a varios sobre barcazas y en la lejanía pero aquél estaba a un metro de distancia de él. Era algo nuevo.

El nivelante llevaba una serie de mantos muy parecidos a los de los Basarem de baja graduación pero colocados de forma característica distinguiéndole de aquellos. Además de las franjas rojas a los costados llevaba en el pecho una composición geométrica que a Árgolat le pareció de una extraña belleza. Según tenía entendido esas figuras representaban aparte de la graduación el historial completo de su portador por lo que podía considerarse como un pequeño resumen de sus hazañas y méritos dentro de la casta. A juzgar por su tamaño, Árgolat pensó que el nivelante había tenido una vida muy activa.

El nivelante le tendió la mano y Árgolat se la estrechó con una reservada cordialidad.

—Soy Amilai Mataret —dijo—, Consejero del Supremo Nivelante. Me agrada tenerle entre nosotros, le estábamos esperando. Sabrá perdonarnos la sobriedad con la que le trataremos y si nos mostramos algo severos será solo debido a su posible falta de colaboración que esperamos no se produzca.

Árgolat hizo un gesto dando a entender la extrañeza que sentía al estar pidiéndole perdón por el mal trato que podría recibir.

El nivelante Mataret se volvió hacia el Deat-ar Pedayat que esperaba paciente a la izquierda de Árgolat sin perderse detalle de las reacciones de ambos individuos, Árgolat y Mataret, al conocerse. Mataret se centró en Pedayat cuando éste requirió su atención,

—Tal como sugirió —dijo el nivelante recalcando la ultima palabra —ha sido enviado a la casta Militar un informe detallado de lo ocurrido incluyendo las correspondientes condolencias por las bajas y el aviso de que los prisioneros serán liberados de inmediato. No sabemos cómo lo habrán recibido pero desde aquí sospechamos que creen que nos jactamos de los resultados. No obstante le reconozco que actuó con corrección en ese aspecto. En cuanto a los resultados de la misión el Supremo Nivelante se muestra optimista y le resultan aceptables. Para mí no ha sido satisfactoria. No se ha encontrado el Amuleto que era el verdadero objetivo. Esperaremos los resultados de los especialistas para poder hacer una valoración más objetiva. Cuando guste puede regresar para supervisar la labor de los especialistas pero manténgase en contacto, volveremos a llamarle cuando el Supremo acabe con el señor Nebuzardán, a no ser que encuentre algo que pueda sernos útil y quiera comunicárnoslo de inmediato.

—Bien señor.

—Al Supremo Nivelante le ha gustado la forma en que ha llevado a cabo esta misión. Le ha seguido en todos sus movimientos. Le felicita y desea que vuelva a informarle en persona en cuanto acaben la inspección.

—Gracias señor.

El Basar esbozó una sonrisa que borró de inmediato para volver a la inexpresividad propia de todo subordinado ante su superior.

—Puede retirarse.

El nivelante Mataret no le dirigió ningún saludo y se volvió hacia Árgolat. Pedayat a la vez que inclinaba la cabeza dio un taconazo. Con paso rápido se separó de los otros dos para desaparecer por la puerta dimensional por la que habían entrado hacía unos minutos.

Árgolat le contempló a medida que desaparecía. Se fijó entonces que aquella puerta era más pequeña que la que les trajo, pero resultaba ínfima comparada con el tamaño de la sala donde estaban. Era hexagonal y allí dentro habrían cabido varios edificios de apartamentos como en los que vivía. El techo abovedado se perdía en lo alto a unos veinte pisos de altura.. De cada vértice del hexágono partía un pasillo de diez metros de ancho pero un poco más bajos. Acababan a un centenar de metros de distancia abriéndose a otras salas al parecer iguales a la que pisaban. El tamaño le hizo estremecerse. Todo estaba construido para producir esa sensación de inferioridad. Incluso los murales y las esculturas que cubrían los seis lados del hexágono eran de medidas exageradas. Los muros eran sillares de granito de una altura de dos hombres y el suelo de mármol blanco tenía losas del mismo tamaño que su apartamento. Pese a todo, poseía en lo monumental cierto atractivo sobrio y exótico.

El Consejero había permanecido silencioso mientras Árgolat recorría con los ojos las maravillas del Palacio del Supremo Nivelante que él se conocía tan bien. Cuando creyó que Árgolat había terminado habló.

—Surasadai Avim, el Supremo Nivelante nos aguarda —. Le hizo una señal para que empezaran a andar—. No se le consentirá una falta de respeto ante el Supremo Avim. Llámelo simplemente señor, sin más formalismos. Conteste a tantas preguntas como crea conveniente, no va a ser un interrogatorio sino más bien una charla informal. No obstante tenga en mente el viejo dicho: la verdad es el camino más recto. Puede negarse a contestar pero si lo hace muy a menudo acabará con su paciencia, cosa que no le conviene en absoluto.

Árgolat atendía las advertencias mientras seguía al nivelante un paso atrás a su derecha en su lento avanzar por uno de los pasillos Miraba entretanto a todas partes con distraída atención hasta que se fijó que en uno de los pasillos laterales había unos amplios ventanales que iban desde el suelo hasta el techo, medio ocultos por unos cortinajes recogidos en parte a ambos lados. Lo que le sorprendió fue la luz del sol de mediodía que lo iluminaba, puesto que para él debía ser ya de noche.

—Es normal —le dijo el nivelante Mataret cuando le vio paralizado mirando hacia los ventanales—, lo llamamos el choque del viaje. Solo ocurre cuando hay traslado de un planeta a otro o al desembarcar de una nave en una zona de un planeta de distinto horario al de la nave, aunque en este caso es menos impactante. Como comprenderá es muy difícil que coincida la hora local del punto partida de la puerta dimensional con la del punto destino. Sería mucha coincidencia que ambos tuviesen la misma posición relativa hacia su sol, con lo que el cambio ni se notaría. Podría darse si se eligiese adrede pero es más probable lo contrario. En su caso usted salió de su planeta al anochecer mientras que aquí es mediodía y eso le ha desorientado. No debe preocuparse. Le costará un par de días acostumbrarse a este horario. Sufrirá los trastornos del sueño y la comida. La mejor forma de adaptarse es hacer lo más pronto posible el horario local. Cuanto antes haga el cambio menos durarán los trastornos.

Mataret indicó a Árgolat que continuara andando y se olvidara de ese asunto. Árgolat echó un último vistazo a los ventanales. Había comprendido el significado real del viaje simultáneo entre dos puertas dimensionales. Toda su vida había vivido con ellas aunque las utilizara muy pocas veces. Recordó que lo había hecho cuando la empresa donde trabajaba le enviaba a otros planetas, pero nunca había observado cambios tan bruscos de tiempo. Quizá fuese porque elegían el momento del día propicio para que no se notase.

Se preguntó entonces en qué planeta podía estar. El Basar Pedayat le dijo que le llevaría a Ródanat o por lo menos le había oído nombrar ese planeta. No tenía muchos conocimientos geográficos pero como mucha gente sabía, en Ródanat vivía el Supremo Nivelante y era la capital de la zona nivelante. Ni siquiera sabía si se encontraba en su mismo universo ya que esa información no era pública.

Avanzaron por pasillos interminables y cruzaron gigantescas salas hasta que Árgolat quedó desorientado por completo. No vio rastro alguno de sol que le situase respecto a su situación inicial dentro del palacio. Habían andado más de tres kilómetros de pasillos cuando entraron en uno de unos treinta metros que acababa en una puerta de hierro que cubría la totalidad del muro. Era de doble batiente y cada hoja estaba custodiada por un Basar.

Los Basarem vestían igual que los que le trajeron allí pero los trajes eran más vistosos, desentonaban con el estilo sobrio de todo el Palacio y de la puerta que custodiaban. Iban armados con un fusil corto enfundado en la pernera derecha con la empuñadura a la altura de la mano. Su brazo derecho descansaba apoyando el pulgar en una correa preparada para ello. El izquierdo estaba oculto bajo los pliegues de los mantos.

Árgolat y su acompañante estaban a unos cinco metros de la puerta cuando los Basarem saltaron de su posición para ir junto a él. Empuñaban un cuchillo curvo en su derecha y apoyaron su filo en su garganta, uno a cada lado. Se detuvo temiendo que el más leve suspiro le rebanase el cuello. Los Basarem le miraban fijamente atentos a cualquier gesto suyo.

—Basta —dijo el nivelante Mataret—, yo le vigilo.

No había ningún sentimiento reflejado en su voz por lo que Árgolat supuso que los Basarem actuaban así siempre que veían a algún extraño, esperando después la fórmula habitual de un nivelante que les liberase de su posición. Si hubiese ido solo, Árgolat no dudaba de que le hubieran abierto las venas.

Los Basarem retrocedieron hacia la puerta guardando los cuchillos en una funda oculta por debajo de la correa de apoyo. Árgolat observó que esa correa mantenía la mano empuñando el cuchillo mientras descansaban. Los nivelantes Basar abrieron la puerta hacia el interior, empujando cada uno una batiente, obedeciendo un gesto de Mataret. Las puertas pesarían toneladas pero los Basarem no hicieron un gran esfuerzo al abrirlas.

Árgolat vio lo que encerraban aquellas puertas a medida que se abrían. La habitación era tan solo unos metros más alta que los pasillos pero la pared de enfrente estaba a doscientos metros y las laterales se separaban entre sí cien metros. No había ni un solo mueble ni objeto decorativo excepto en la pared de enfrente. Ocupando gran parte del muro había un cuadro de trescientos metros cuadrados de superficie. Representaba un hombre sentado a una mesa en actitud reflexiva. Vestía las ropas nivelantes y una capucha le cubría la cabeza hasta la frente. Estaba rodeado de una oscuridad apenas iluminada por una vela central situada sobre la mesa y a la que parecía mirar. Tendía una mano hacia la vela por encima de la mesa mientras la izquierda caía a un costado con el índice señalando a un suelo apenas visible. El rostro reflejaba cierta tensión al reflexionar y una rara tristeza velaba la viveza de sus ojos.

El Consejero invitó a Árgolat a adelantarse. Obedeció y ambos caminaron hacia la distante pintura con paso lento. No había llegado a la mitad de la sala cuando se detuvo al comprobar que su acompañante no estaba a su lado. Le buscó pero no se le veía. Se preguntó cómo podía haber desaparecido con tanta prontitud en aquella vasta sala. Desamparado se fijó en las paredes laterales intentando descubrir una figura humana entre los bloques de granito de las paredes. No vio a nadie.

Un sonido a su espalda le sacó de sus dudas. Cuando miró, un hombre se le acercaba pausadamente. Era canoso, de unos sesenta años y vestía al modo nivelante un traje donde los rojos eran más abundantes que en cualquier otro que Árgolat había visto. Aquello significaba que el hombre que se le acercaba era el Supremo Nivelante Surasadai Avim.

Árgolat observó que la forma de llevar la ropa, sus pliegues, era exacta a la del retrato solo que llevaba la capucha echada sobre la espalda. Miró al cuadro instintivamente para hacer comparaciones.

—Es Nibján Adayo —dijo el nivelante— fue el mayor Supremo Nivelante que ha conocido la casta. Puede decirse que gracias a él somos lo que somos ahora. O lo que aparentamos, como decía él. Se lo debemos todo. Espero ser la décima parte de lo que fuel. Sería bastante.

Árgolat contempló el cuadro una vez más.

—Sinceramente —dijo el Supremo cambiando bruscamente de tema—, no le esperábamos a usted. Era su hermano quién debería estar aquí.

Árgolat le miró sorprendido pero no dijo nada.

—Si está aquí, es porque tiene algo que buscamos.

—Es la tercera vez que me lo dicen hoy pero le aseguro que no tengo ni idea de lo que están hablando.

—¿No sabe lo que es?

—No.

—Varios agentes nuestros —dijo el Supremo frunciendo el ceño—, les han estado siguiendo pero no hemos intervenido hasta que los militares han hecho su movimiento. Podríamos haberlo hecho mucho antes pero no estábamos seguros de que lo tuviese. Los militares al ir por usted nos han forzado a hacerlo.

—¿Y qué les hace suponer que yo tengo eso que buscan?

—Quizá un encuentro fortuito con su hermano. La situación se ha precipitado cuando le perdimos la pista a su hermano y poco después a usted durante varios minutos, hace unas horas.

—Hace veinte años que no veo a mi hermano —dijo Árgolat—. ¿Por qué no le cogen a él y se lo piden?—. Cuando acabó de hablar apoyó la mano derecha en el cinturón.

—Cuando sepamos donde está —dijo el Nivelante—lo traeremos.

—¿Y por qué no lo cogieron antes?

—No podíamos arriesgarnos. No sabíamos si lo llevaba encima.

—Pero suponen que me lo ha dado a mí.

—Los militares no actúan a la ligera —se giró bruscamente para mirarle—. Recuerda qué ha hecho hace unas horas, ¿verdad?

—Sí, daba un paseo. Lo único especial fue un sermón que estuve escuchando de un sacerdote.

—Ahí fue cuando le perdimos. Es muy bueno su hermano —reflexionó el nivelante—. Le hemos seguido durante muchos meses, y como nosotros, también agentes de otras castas. Siempre encontró la forma de esquivarnos.

El Supremo Nivelante miró hacia el cuadro de Nibján Adayo y a Árgolat sucesivamente con un gesto de hastío. Alzó la mirada hacia los sillares del techo y lanzó un ligero suspiro de abatimiento. Volvió a encararse con Árgolat, esta vez lanzándole una mirada llena de rabia contenida.

—Lo siento pero no puedo ayudarle —le dijo Árgolat sin parpadear siquiera ante la feroz mirada del nivelante.

La tensión desapareció cuando el Supremo se encogió de hombros. Miró a una pared e hizo una señal a una pequeña mancha oscura destacada contra el fondo de granito. La mancha se movió y Árgolat vio que se trataba de un Basar. Fijándose más vio que no era el único Basar que había allí.

El nivelante Basar se cuadró delante del Supremo esperando sus órdenes.

—Llévele a los sótanos —dijo Surasadai Avim. Se volvió hacia Árgolat y le dijo—: Le doy un día para reflexionar. Mañana, dentro de veinticuatro horas, me dirá si se decide a colaborar con nosotros, espero que para entonces haya concluido que es lo mejor puede hacer.

El Basar con una señal le indicó a Árgolat el camino a seguir. Los dos fueron hacia la gran puerta, Árgolat un paso por delante del Basar y éste con su mano apoyada siempre en la correa, dispuesto a desenvainar el cuchillo de doble filo nivelante. Antes de llegar a la puerta esta se abrió dejando entrar al Basar Pedayat y al Consejero Mataret.

El Supremo Nivelante vio como se acercaban los recién llegados mientras que Árgolat y su guía desaparecían tras las puertas. Pedayat y Mataret saludaron al Supremo Avim cuando llegaron hasta él.

—¿Y bien? —dijo el Supremo.

—Los especialistas no lo han encontrado —informó Pedayat—. No obstante se ha comprobado que la ropa que llevaba Árgolat antes de que perdiéramos su rastro no es la misma que llevaba en su apartamento. De hecho no la encontramos.

—¿Y? —inquirió el Supremo con impaciencia.

—Es posible que la ropa que llevaba se la cambiase a su hermano por la que lleva ahora. Creemos que en la ropa puede estar camuflado el Amuleto. Árgolat ni siquiera tendría que saber que lo lleva.

Al Supremo Nivelante se le iluminó la cara cuando oyó la noticia. Su mano derecha se cerró en un puño en señal de triunfo.

—Por lo que es posible que no nos esté mintiendo, al menos en lo que al Amuleto se refiere. ¿El encuentro con su hermano está verificado?

—No, señor. Pero el hecho de que se encontrasen en la misma ciudad en el mismo momento en que les perdemos es prueba más que suficiente.

— ¿Quiere que lo traiga ahora de nuevo? —dijo el Consejero Mataret.

—No —Avim alzó la mano sonriente—. No, si es cierto que lleva el Amuleto encima y no lo sabe, no corremos ningún peligro. No obstante, póngale bajo vigilancia de un destacamento completo. Quiero que encuentren a Éldor cuanto antes. Cabe la posibilidad que no sea más que otra maniobra suya para despistarnos, y el Amuleto ahora se encuentre en otro universo.

El Consejero Mataret levantó una mano y sacó un comunicador de debajo de la manga. Dando la espalda al Supremo Nivelante y al Deat Basar Pedayat, comenzó a dar instrucciones que aunque enérgicas no sonaron más que como susurros.

—Señor —intervino el Basar—, no sé si lo habrá notado, pero Árgolat es... diferente.

—Qué quiere decir.

—No sé explicarlo, pero en su forma de hablar y de moverse, hay algo. Es instintivo, señor, pero creo que es más de lo que parece. Señor, antes era un personaje anodino, nada que ver con lo que ahora deja entrever.

—¿Insinúa que el Amuleto le ha cambiado?

—No sé qué pensar señor, puede que le sea innata esa capacidad y no lo hayamos visto con claridad hasta hoy.

—Señor —dijo el Consejero que había vuelto a la conversación—, si lo que dice Pedayat es cierto debemos redoblar nuestros esfuerzos. No sabemos de lo que es capaz, ni tampoco el poder del Amuleto.

—No nos precipitemos —tranquilizó el Supremo—, nos estamos dejando llevar por la excitación del momento. Dejemos las cosas por ahora como estaban previstas, pero dé aviso a sus hombres que no le pierdan de vista ni un momento.

—Pero señor —dijo Mataret—, existe la amenaza de los espías de los marginados. Si se enteran de que Árgolat esta aquí, con el Amuleto, no tardarán mucho en actuar.

—Mataret —rugió el Supremo—fuiste tú mismo quien me dijiste que habíamos acabado con esa red de espionaje. ¿Quieres decirme ahora que no ha sido así?

—Se lo dije, señor, y así fue. Los espías de los marginados fueron exterminados por completo, pero en las dos órdenes inferiores y a nivel de Academia. Aun así, no podemos asegurar que acabamos con ellos. Las dos órdenes superiores a pesar de haber sido investigadas no están libres de sospecha. Quizá se nos hayan escapado los de dudoso origen, no podemos tenerlos vigilados a todos.

—Malditos marginados —gritó el Supremo Nivelante— ¿por qué esa pandilla de gentuza que se hace llamar casta viene a espiarnos? Prefiero mil espías de los militares o de los Nobles a uno solo de los marginados, por lo menos esos saltan a la vista. Esta gente se oculta como diablos y son imposibles de capturar. ¿Qué buscarán aquí?

El Basar que había escuchado en silencio intervino.

—Con su permiso, señor —dijo—. Déme una sola orden y efectuaré una criba a todos los niveles que nos libre de esos espías.

—No —sacudió el Supremo la cabeza, negando—, no. No se puede actuar de esa forma tan impulsiva, y visible —recalcó la palabra—. Aparte de que los pondríamos en fuga de inmediato. Nuestra situación política es muy precaria y hay varios Nivelantes de primer orden que darían su brazo derecho con tal de vernos infringir alguna norma. El Consejo no respaldaría una acción de este tipo. No es descabellado pensar que entre ellos también haya un espía. Me temo que debemos ser pacientes. Tarde o temprano saldrán a la luz y les estaremos esperando.

—Bien señor —dijo el Basar— ¿Cuáles son sus órdenes?